¿Psicólogo para mi hijo? Cuando llevarlo

¿Cuando debo llevar a mi hijo al psicólogo?


Muchos padres y madres preocupados por sus hijos/as no saben si acudir o no al psicólogo en momentos en lo que se sienten desorientados ante el cambio de actitud o el comportamiento de sus hijos/as.  Debo mencionar, que un problema tratado a tiempo, puede prevenir mayores dificultades en un futuro. Por ello, os dejo algunas señales de alerta que nos pueden indicar la necesidad de acudir al  psicólogo.

Alteraciones en la conducta: El niño se niega de repente a cumplir normas o a seguir rutinas que ya tenía, tiene rabietas por cualquier cosa, se muestra desafiante o comienza a mostrar conductas extrañas…

Alteraciones en el sueño o en la alimentación: comienza a manifestar dificultades para conciliar el sueño, tiene pesadillas o terrores nocturnos o comenzamos a observar que come drásticamente más o menos que antes.


Cambio en su forma de relacionarse: observamos que nuestro hijo o hija comienza a aislarse, evita situaciones sociales o muestra un comportamiento agresivo o desafiante con su entorno.

Cambios en su estado de ánimo: le notamos triste, apático o desganado. Observamos que cualquier cosa le afecta y llora frecuentemente.

Cambios en su rendimiento escolar: notamos que no se centra en casa a la hora de realizar sus tareas,   nos citan del colegio para indicarnos cambios en su conducta o rendimiento en clase, disminuyen drásticamente sus calificaciones..

En resumen, cualquier cambio o dificultad que vengamos notando en una frecuencia, duración o intensidad diferentes a las que venía mostrando hasta el momento, o que esté generando un deterioro a nivel social, familiar o escolar en nuestro/a hijo/a, debe ser consultado a los especialistas en Psicología Infantil, pues como ya he mencionado, la identificación y tratamiento a tiempo de un problema, nos previene del desarrollo de problemas más graves en el futuro. 

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¿Cómo mejorar la relación con tus hijos?

Los padres y las madres solemos tener interiorizado un modelo de hijo o de hija. Y eso configuró en nosotros, de forma no consciente, con la educación.

¿No os habéis descubierto haciendo con vuestr@ hij@ lo mismo que vuestros padres hacían con vosotr@s? Incluso algunas de esas conductas, decíais que no las haríais nunca; sin embargo, si no se ha trabajado sobre ellas, se repiten tal y como se memorizaron.

A medida que l@s hij@s crecen, los padres contrastamos lo que hacen con nuestro modelo. Si existe coincidencia entre ambos, las relaciones son fluidas y estamos satisfechos; si no es así, se nos despierta el miedo, el enfado..., y asistimos a una especie de guerra cotidiana, en la que intentamos que l@s hij@s se amolden a nuestras expectativas.

Para que se dé una buena relación:

1. los padres necesitamos aceptar plenamente a l@s hij@s y permitir que hagan su proceso. Si no lo hacemos así, es bastante probable que empecemos a reprocharles o a culparles por mostrarse de forma distinta a como nos gustaría.

2. Si aceptamos a l@s hij@s y les respetamos, vivimos amor incondicional hacia ell@s; de lo contrario, ponemos tantas condiciones que supeditamos nuestro amor a su conducta. Cuando decimos: “Me has hecho enfadar” o “¡qué vergüenza me has hecho pasar...!”, le estamos diciendo: “Así no te puedo querer, tienes que cambiar”.

3. Este tipo de situaciones a los padres nos producen sufrimiento y para evitarlo, intentamos controlar la vida de l@s hij@s. Esto lo justificamos como beneficioso para ell@s, dado que pensamos que si hacen lo que le decimos les irá mejor. No dudamos de que determinados aspectos les ayudarán, pero la razón profunda de dicho control, responde más al intento de evitar los sufrimientos que se nos presentan al observar algunos comportamientos de l@s hij@s.

4. Los padres tenemos responsabilidades con l@s hij@s, más en Integra consideramos que, sobre todo en la adolescencia, les cuestionamos en exceso. Necesitamos incorporar que tienen derecho a hacer su vida y nosotros estaremos cerca para acompañarles en su viaje. De lo contrario contribuimos a que se abran heridas emocionales, en ell@s y en nosotr@s, que dificultan las relaciones. Es preciso distinguir las necesidades de l@s hij@s de nuestros miedos, pues con frecuencia los proyectamos sobre ell@s, aunque no seamos conscientes de estar haciéndolo.

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